El día se presentó lluvioso y las predicciones auguraban agua. Aún así decidimos salir. En el viaje no paró de llover y durante el desayuno decidimos cambiar de planes porque después de la experiencia del castillo de Aznamara aprendimos que somos ya mayores para hacer locuras. Castellar de la Frontera no lo conocíamos todos, así que nos pareció buena la propuesta de Enrique. A pocos kilómetros, durante un claro, hicimos un intento de ascender hasta el pueblo por un sendero, pero la lluvia volvió a hacernos desistir, así que volvimos a los coches y llegamos al pueblo, donde dimos un agradable paseo. La comida la hicimos de vuelta en un magnífico lugar junto a la playa, en Tarifa, dejando la ruta prevista para cuando el tiempo sea más benévolo.
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